viernes, 18 de febrero de 2011

BIBLIA1

LA BIBLIA

EL LIBRO DE LOS LIBROS

REFLEXIONES SOBRE LA BIBLIA

REFLEXIONES SOBRE LA BIBLIA

1. Mi experiencia personal de la Biblia

Mi experiencia personal de la Biblia fue muy tardía. A la edad de doce o trece años entre mis libros personales había una edición de bolsillo del Nuevo Testamento la cual desapareció sin que sea capaz de recordar ahora su paradero. La conservaba en el colegio como una joya y la ojeaba con profundo interés. Un día la abrí decidido a dedicar algún tiempo a su lectura dejando a un lado los libros de texto escolares. En un momento dado me pareció difícil entender algo y me dirigí al profesor de turno que velaba por la disciplina en la sala de estudio y le expuse mi dificultad. ¿Respuesta? Sí, que ya lo aprendería cuando fuera mayor. La anécdota tuvo lugar el año 1951 ó 1952 y con tan sabia respuesta he olvidado por completo en qué consistió mi pregunta. La respuesta recibida por aquel profesor constituyó para mí una decepción tan grande a una edad tan tierna, que no la he olvidado nunca. Si la memoria no me falla, creo que hasta los 17 ó 18 años de edad no tuve en mis manos nunca una edición completa de la Biblia.
También recuerdo, y esto con placer, que la primera Biblia que compré fue la Vulgata en latín. Cuando inicié los estudios teológicos la Biblia empezó a interesarme de forma especial y admiraba a quienes se especializaban en Sagrada Escritura con la posibilidad de hacerlo en Jerusalén. Yo no podía aspirar a tanto pero estudiaba durante el verano griego y hebreo por mi cuenta con la ilusión de poder leer los textos bíblicos en sus lenguas originales. Tampoco en esto tuve éxito pero alguien pensó que yo debía dedicarme a la Biblia y me regaló dos obras básicas de consulta para ese tipo de estudios. Sin embargo, el curso de la vida me llevó por otro camino. Por otra parte tuve cuatro profesores de Biblia que se habían especializado en la célebre Escuela Bíblica de Jerusalén, pero todos ellos carecían de dotes pedagógicas y dos de ellos se dedicaban preferentemente a otros trabajos relegando u olvidando la preparación de las clases de Biblia. Sólo uno de ellos me causó la impresión de que conocía a fondo y tenía ideas propias e interesantes sobre tan importante libro, pero sus dotes de comunicador eran muy escasas. A pesar de ello de él aprendí algunas claves decisivas para leer y entender en alguna medida los textos bíblicos más complicados.
En los años viejos uno de mis mayores gozos consiste en abrir la Biblia por los cuatro costados tratando de descubrir por mí mismo el mensaje humanista y teológico que contiene separando la paja literaria y cultural del grano salvador emergente el cual no es otro que Cristo en persona como rostro visible de Dios invisible. Mientras no se llega a esta separación de paja y grano la Biblia causa la impresión de ser algo así como un montón de cereales amontonados con paja, grado y malas hierbas sin trillar y beldar. Ahora bien, para que ese proceso de discernimiento entre paja literaria y grano teológico se lleve felizmente a cabo, es necesaria una buena exégesis, reflexión teológica sana y experiencia de la vida.

2. Libro complejo, difícil de entender y desconcertante

Más que un libro la Biblia es una biblioteca compacta en un solo volumen de 73 libros o escritos de extensión desigual, 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo. No se trata de un libro monográfico sobre un tema escrito por un autor en un momento dado de su vida sino de una serie de escritos elaborados por autores múltiples que se explican y aclaran entre sí, se corrigen y se completan en relación con la experiencia de fe del pueblo de Israel, tratándose del Antiguo Testamento; y de la experiencia de fe cristiana tratándose del Nuevo. En este sentido la Biblia es considerada como un todo en el cual las múltiples partes que lo integran alcanzan su pleno sentido y significado. En los libros sapienciales, por ejemplo, Dios apenas tiene relevancia y son fruto de una reflexión fría y realista que parte de la realidad cotidiana de la vida en este mundo caduco. Entre los libros líricos llama la atención el Cantar de los Cantares, el cual, sacado del contexto general de la Biblia en su totalidad, no supera la literatura barata de un poema erótico puro y duro. Por otra parte, el tema de Dios allí carece de interés. De hecho, el nombre de Dios sólo aparece una sola vez por comodidad literaria. Esa única evocación del nombre de Dios podía haberla hecho cualquier poeta o versificador ateo. Por el contrario, en los libros denominados proféticos a Dios lo encontramos por todas partes como líder principal de la historia de Israel. Esto es sólo un ejemplo para entender que la verdad religiosa esencial reflejada en la Biblia sólo puede ser adecuadamente captada mediante el contraste entre las diversas partes o libros que la integran y no en cada libro aislado del resto. La Biblia es un libro muy complicado y el primer encuentro con ella puede producir desilusión, sobre todo entre lectores habituados a la investigación científica moderna e histórica. Por el contrario, los literatos la suelen usar con inmenso placer como fuente inagotable de inspiración literaria y más aún determinados grupos para alimentar su fanatismo religioso. De hecho en la Biblia hay textos llenos de belleza, cordura y sensatez humana, pero también los hay que son de escasa calidad estética, enigmáticos, ambiguos y susceptibles de interpretaciones irracionales y absurdas.
Que la Biblia es un libro muy complejo, difícil de entender correctamente, y en ocasiones desconcertante es una obviedad reconocida por todos los expertos, exegetas, historiadores y teólogos. Pero igualmente reconocen que nos hallamos ante un libro fascinante cuyo estudio y lectura inteligente es una fuente de humanidad y consuelo humano inigualable. Vayamos por partes destacando primero algunas de las dificultades que hemos de afrontar frente a la Biblia para indicar después las claves de su lectura y el grano o mensaje humanístico limpio del polvo y la paja literaria en que viene envuelto.
Textos bíblicos sin interés aparente
Como he dicho antes, la Biblia no es un solo libro sino una biblioteca unificada y el potencial lector inexperto puede decidir empezar a leerla desde el principio o quedar enganchado en cualquier libro de los que la integran porque ha llamado particularmente su atención después de repasar el índice. Si opta por la primera opción, que es lo lógico tratándose de un libro normal, lo más probable es que se canse muy pronto a medida que se va encontrando con relatos arcaicos de escaso o nulo interés para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. A menos que esos relatos se los considere como episodios de novela policíaca arcaica o elenco de costumbres pintorescas. Por ejemplo, ¿qué interés comercial o alimenticio pueden tener hoy día las múltiples y minuciosas leyes del Levítico sobre los alimentos, o en el segundo libro de Samuel el relato de la sucesión al trono de David? La trama de esta historia carece de toda lógica histórica y los episodios descritos hacen pensar en los ingredientes de una novela policíaca con sus intrigas, tráfico de influencias y corrupciones. Otros dos botones de muestra tomados del Antiguo Testamento pueden ser las listas del censo del libro de los Números o la descripción que se nos ofrece en el libro de Ezequiel sobre el futuro templo de Jerusalén. Cualquier arquitecto moderno quedará sorprendido. En el Nuevo Testamento el libro a simple vista más desconcertante es, sin duda, el Apocalipsis. El lector puede llegar a tener la impresión de que el autor de ese escrito tuvo particular interés en que no se entienda lo que dice. Así podíamos continuar recordando textos hasta la saciedad sin otro interés aparente que el puramente literario y el de la curiosidad particular del lector.
¿Historias reales o leyendas?
Los menos propensos hoy en día a leer la Biblia son los científicos y los historiadores. Desde el punto de vista de la ciencia moderna la Biblia es muy ingenua cuando habla de la formación del mundo en total contradicción con las leyes de la ciencia pura. Por ejemplo, según la Biblia, la formación del mundo tuvo lugar en el transcurso de seis días. Los científicos, por el contrario, sostienen que la formación del mundo en que vivimos ha tenido lugar a lo largo de millones de años y ningún vestigio del diluvio universal descrito en el Génesis ha sido nunca encontrado. ¿Y qué decir de la edad atribuida a ciertas personas o de la creencia en que el sol gira alrededor de la tierra y no viceversa como se enseña científicamente desde Galileo? Por otra parte, la cosmovisión bíblica, según la cual la tierra es plana y el cielo una serie de techumbres cóncavas superpuestas basada en las apariencias, choca frontalmente con la cosmovisión científica moderna del universo. Para los científicos modernos esos relatos bíblicos carecen por completo de interés para el progreso de las ciencias. Por otra parte están los historiadores profesionales que tratan de reconstruir por escrito los acontecimientos del pasado. Estos profesionales de la historia refutan sin ambages la versión que ofrece la Biblia sobre ciertos hechos de la historia de Israel. Cuando se nos cuenta en la Biblia cómo tuvieron lugar las victorias del pueblo de Israel sobre otros pueblos la Biblia, según los historiadores, no siempre tiene razón. Ante la actitud objetiva y fría del historiador objetivo e imparcial muchos de los relatos, que en la Biblia se presentan como históricos, tienen sabor a leyenda, triunfalismo exagerado y milagrería gratuita.
¿Justicia o venganza?
Y lo que es más. En la Biblia hay textos en los que las guerras, la violencia y la venganza humana son el pan nuestro de cada día. Los libros de Josué y Jueces describen con todo detalle batallas campales y masacres con el presunto beneplácito divino. Dios es presentado a veces en el Antiguo Testamento como un Dios guerrero que se complace en la ira y la venganza. En este contexto tropezamos con relatos como el del sacrificio de Isaac, según el cual, a simple vista se tiene la impresión de que Dios exige a Abraham que sacrifique personalmente a su hijo Isaac. ¿Qué clase de Dios es ese que exige a un padre que mate con sus propias manos a su hijo? En algunos salmos el instinto de venganza está a flor de piel. Por otra parte estaba la ley del Talión o pena de muerte como si se tratara de un acto de piedad. En el Antiguo Testamento hay también frases contra la condición femenina absolutamente inaceptables y a Dios se le atribuyen las glorias de Israel y sus gestos de violencia contra sus presuntos enemigos. Otra cosa que choca es la mentalidad reflejada en el Antiguo Testamento de que la riqueza, la salud y el éxito en esta vida son signo inequívoco de bendición por parte de Dios, y, por el contrario, la pobreza, la enfermedad y la marginación son signos de maldición y castigo divino. Por otra parte, la ética del perdón a los no judíos y la esperanza en la resurrección fuera del tiempo y del espacio no llegan a calar en el Antiguo Testamento, todo lo cual complica y dificulta mucho la correcta inteligencia de esos textos que presentan a Dios como presunto vengador y protagonista principal de formas de conducta absolutamente inaceptables a la luz del sentido común, de la ciencia, de la historia y de la sensatez humana más elemental. Por último, hay dos cuestiones en la Biblia que, además de impedir la captación y correcta inteligencia de su mensaje, desconciertan a unas personas en sentido positivo y a otras en sentido negativo. Me refiero a la forma de plantear y responder en la Biblia al problema del mal.

3. El sufrimiento de los buenos y el perdón a los enemigos

El lector de la Biblia que busca en ella una respuesta autorizada a sus problemas más vitales constata, por una parte, que las desgracias humanas se ceban muchas veces con la gente honrada y buena y no sólo con los malhechores o pecadores. Por otra, mientras en el Antiguo Testamento se aprueba la pena de muerte o ley del talión, en el Nuevo se impone la ley del amor sin restricciones de raza, cultura o nación, y del perdón incluso a los enemigos. ¿Cómo responde la Biblia al problema crónico del mal y al modo de crear formas de convivencia social? En la Biblia hay textos que son utilizados por muchos para justificar el fanatismo tanto religioso como político. Ahí están las sectas judeo-cristianas y el nacionalismo político judío que no soportó el sentido universalista del mensaje de Cristo en beneficio de toda la humanidad y no sólo del pueblo hebreo. Reflexionemos brevemente sobre el problema del mal tal como se encuentra planteado de forma explícita en el libro de Job para recordar después los textos más emblemáticos del Nuevo Testamento en los que Cristo proclama la ley del amor y del perdón universal allende las fronteras étnicas y políticas del pueblo de Israel.
El famoso libro de Job es un poema o pieza literaria en la que su autor reflexiona sobre el sentido de los sufrimientos y calamidades del pueblo de Israel y, por ende, de cada uno de nosotros. La estructura literaria del libro es la de un drama poético desarrollado en dos actos fácilmente escenificables en forma teatral. El libro enfrenta la tesis, convicción o creencia tradicional del pueblo judío de que Dios premia al justo o bueno y castiga al impío o pecador, con la tesis o creencia nueva según la cual el sufrimiento de los buenos tiene sentido en el contexto de los planes misteriosos e insondables de Dios. O lo que es igual, que lo mismo que sale el sol y llueve para justos y pecadores, de igual forma los sufrimientos y las calamidades acontecen sin que ello nos permita concluir que significan un castigo para los malos mientras que la vida exitosa, indolora y feliz significa el premio por las buenas obras.
Los amigos de Job, defensores incondicionales de la tesis tradicional del sufrimiento interpretado como castigo de Dios, quieren demostrar que la prosperidad primera de Job era la consecuencia natural de sus buenas obras. Por lo mismo, si ahora su situación ha ido de mal en peor, esto sólo demuestra que ha dejado de ser un hombre justo o bueno ante Dios y no le queda otra alternativa que la del arrepentimiento y la rectificación de su conducta. Pero Job no acepta esta explicación ya que tiene la conciencia tranquila de no haber pasado de una vida buena a otra mala. Tampoco acepta esta explicación como la clave para entender las calamidades sufridas por el pueblo de Israel. En consecuencia, pide explicación de sus males a Dios y quiere defenderse ante él. Los amigos reprenden a Job por su actitud obstinada y le recuerdan la tesis tradicional de que sus calamidades actuales son la prueba contundente de que ha dejado de ser un hombre justo. Pero Job responde reafirmándose en su actitud de pedir explicaciones a Dios al que acusa de castigar a los justos y no a los malvados. Si Dios es justo, ¿por qué en la vida prosperan tanto los malvados?
Pero en su soledad Job comprende que sólo le queda Dios como abogado defensor y nadie otro. Se llega así a un momento del discurso en que los amigos no aportan más argumentos limitándose a decirle que si quiere pleitear inútilmente con Dios, que lo haga. Por más que Job no recuerde la lista de sus presuntos pecados por los que es castigado, esos pecados son, según ellos, la causa de sus calamidades. Job tiene pocas esperanzas de ganar el pleito pero se acuerda de que en algún momento ha gozado de la amistad de Dios y ello le da fuerza y confianza para retar de forma dramática a Dios afirmando solemnemente ante Él su inocencia puesta en entredicho por sus acusadores. Sigue una reflexión profunda del autor del poema sobre la sabiduría divina, inaccesible al hombre insinuando así la solución final del drama.
En el acto segundo Dios acepta el reto de Job. Ahora Dios habla mucho y Job escucha con humildad hasta reconocer que se ha comportado como un insensato acusando a Dios de las calamidades que le afligen. Dios es justo y sus planes sobre la vida de las personas y de todo cuanto existe constituyen un misterio insondable. Al final Job reconoce que hasta entonces había oído hablar de Dios pero que ahora le había conocido con los ojos de su propia experiencia. El autor del libro de Job alaba la valentía de su protagonista al pedir a Dios explicaciones sobre el sufrimiento de los justos superando la terquedad tradicional sobre el problema y dejando insinuaciones saludables basadas en la experiencia de la vida y la esperanza en la grandeza de Dios. En esta obra sapiencial se aprecia un progreso notable en la forma de plantear el problema del mal pero habrá que esperar al Nuevo Testamento para encontrar una respuesta más cercana y reconfortante en los hechos y dichos de Cristo.
Tampoco el tema del perdón a los enemigos es un asunto menor en la Biblia. Por una parte en el Antiguo Testamento se reconoce la ley del talión o pena de muerte como forma de ejercer la justicia en casos concretos bien especificados. Ojo por ojo y diente por diente. Pero en el Nuevo Testamento se afirma la ley del amor y del perdón en beneficio de todos, incluidos los enemigos, superando los sentimientos nacionalistas judíos y la tentación de camuflar el instinto de venganza con el celo por la justicia. Estos contrates desconciertan al lector de la Biblia o le inducen a tomarla como fuente de inspiración para la adopción de posturas personales o sociales humanamente contradictorias y absurdas. De hecho, las diversas lecturas e interpretaciones de la Biblia han sido durante siglos causa de odios y derramamiento de sangre entre los propios seguidores de sus enseñanzas. Sobre el libro común de la Biblia no existe todavía entendimiento satisfactorio ni entre judíos y cristianos ni entre los propios cristianos. El mandato del Nuevo Testamento de perdonar incluso a los enemigos, por ejemplo, no suscita en todos simpatía. El no perdonar al enemigo no sólo es una nota característica del pueblo judío, a menos que se trate de judíos entre si, sino que entre los mismos cristianos hay muchos que en la vida práctica, no sólo no están dispuestos a practicarlo, sino que se indignan cuando alguien reconoce sus errores y pide perdón por ellos. En la Biblia hay relatos de todo tipo, unos muy sublimes y otros desconcertantes y escandalosos. El perdón reivindicado en el Nuevo Testamento es susceptible de ser considerado por muchos, social y políticamente, inútil, si no injusto. Pero esto no es todo.
Si el perdonar es una forma de conducta bíblica que produce desconcierto, no es menor el desconcierto que produce el que las personas buenas sufran mientras los malvados triunfan. La forma de plantear el problema del mal en el libro de Job nos remite a Cristo. Para los judíos tradicionales y extremistas el hecho de que Cristo padeciera como cualquier ser humano y muriera de forma tan ignominiosa sigue siendo la prueba más contundente de que no podía encarnar a la persona del Mesías prometido al pueblo de Israel. Los musulmanes mantienen la misma tesis. Es injusto que una persona buena sufra y, por lo mismo, la absoluta inocencia de Cristo no es admitida. Aparentemente, y esto es lo que quiero resaltar ahora, la Biblia da pié para pensar en lo uno y en lo otro y de ahí el desconcierto que puede causar su lectura sin una preparación adecuada. Pero sigamos adelante. Veamos primero cómo se instituye la ley del amor en el Nuevo Testamento y recordemos algunas de las claves de lectura que ayudan a descifrar la calidad del humanismo contenido en el conjunto de la Biblia.

4. El Dios del amor en el Nuevo Testamento

Toda la vida de Cristo, que es el protagonista principal del Nuevo testamento, es una vida marcada por el amor a Dios y a los seres humanos. Pero en este momento me interesa sólo recordar algunos textos culminantes en los que el amor es proclamado de palabra de una forma taxativa y contundente. Durante la celebración de la última cena, por ejemplo, según el relato de Juan (13,15) hubo dos momentos particularmente significativos a este respecto. El primero se refiere al gesto de Jesús lavando los pies a sus apóstoles. Al final de la escena, ante el estupor de todos, sobre todo de Pedro, Jesús les dijo que aprendieran la lección de amor que les había dado. Jesús no pronunció una bella conferencia sobre el amor para después discutir con ellos sobre si hay que amar y cómo a los demás. Realizó una práctica de amor con ellos sin dejar margen para discusiones dialécticas y estériles. Lo que El hizo como signo de amor ellos tenían que hacerlo con todo el mundo sin pedir explicaciones. Así de claro: “Este es el mandamiento mío, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,12-13). Todo hace pensar que en este mundo el principal signo de identidad cristiana debe ser el amor y no la cruz. Los cristianos han de amarse entre ellos y amar a los demás como Cristo los amó primero reflejando el amor que existe entre Dios y Cristo. Los cristianos deben estar unidos por el mismo amor que une a Cristo con Dios Padre. Las dos cartas de Juan son una ratificación de esta primacía del amor personal por encima de cualquier otro signo distintivo socialmente idealizado como criterio de humanidad. Paradójicamente el Jesús crucificado constituye un caso único en el que la muerte es transformada en un acto de amor jamás conocido hacia los propios enemigos. De hecho el mismo Cristo es presentado en el Nuevo testamento con sus hechos y dichos como la personificación viviente de Dios comprensivo y amoroso en contraposición con el Dios aparentemente justiciero y terrible del Antiguo Testamento.
En estos textos, aparentemente desconcertantes, hay un mensaje de humanidad y civismo jamás conocido hasta que Cristo lo desveló y proclamó como programa de su vida al servicio salvador de la entera humanidad. Pero esta afirmación requiere una explicación. En la segunda parte del capítulo quinto del relato evangélico de Mateo aparece la actitud de Jesús frente a la Ley judía, que en ocasiones incumplía materialmente o bien la interpretaba con autoridad propia. Por ejemplo, haciendo milagros en sábado, o censurando con dureza el materialismo leguleyo de los fariseos. En los relatos evangélicos se aprecia un enfrentamiento constante entre Jesús y los fariseos por la forma diversa de interpretar la Ley. Esta pelea continuó después entre judíos y cristianos hasta nuestros días. Cristo fijó con bastante claridad su posición frente a la Ley de Moisés. Cristo no vino a abolir la Ley de Moisés sino a perfeccionarla. ¿En qué sentido? En el sentido de que interpreta el verdadero significado de muchas cosas del Antiguo Testamento, deformadas por la interpretación material y leguleya de los fariseos, al tiempo que añade otras cosas nuevas de las cuales hablan los textos del Nuevo Testamento. Digamos que Cristo perfeccionó la Ley de Moisés superándola con su forma de interpretarla más perfecta y acorde con los designios de Dios tal como puede apreciarse en los relatos evangélicos. La Ley de Moisés cumplió con una función específica hasta la ley mesiánica, pero Jesús no habla de cumplir materialmente toda la Ley antigua sino de darle vida con un espíritu nuevo. Es en este contexto del “espíritu nuevo” que hasta el más mínimo detalle de la Ley antigua conserva su valor. En caso contrario, la interpretación material de muchas prescripciones del Antiguo Testamento, de acuerdo con la interpretación de Jesús, deben ser suprimidas. Y para que no haya dudas sobre la posición de Cristo frente al Antiguo Testamento, Mateo relata diversos momentos en los que Cristo se pronunció públicamente sobre el Decálogo, que era como el corazón mosaico de la Ley de Moisés.
En el quinto precepto del Decálogo, por ejemplo, se prohibía matar. Jesús ratifica dicho precepto pero lo interpreta y perfecciona diciendo que también lo viola quien se enoja injustamente contra alguien o falta al respeto a una persona profiriendo insultos contra ella. El Decálogo condena el adulterio. Pero Jesús matiza que no sólo es adúltero el que comparte favores sexuales físicamente cuerpo a cuerpo con otra mujer que no es su esposa, sino también quienes se solazan con el solo deseo de hacerlo aunque físicamente no puedan o no les interese llevar a cabo sus propósitos adulterinos. La infidelidad matrimonial se consuma con la unión de los cuerpos pero nace de la infidelidad ya existente en los corazones. La Ley de Moisés propiciaba el repudio de la mujer por motivos banales y caprichosos por parte del marido. Jesús matiza que el que se aprovecha de la mujer injustamente repudiada comete también adulterio. El segundo precepto del Decálogo prohibía el perjurio. Jesús va más lejos y condena todo tipo de juramento invitando a llamar a las cosas por sus nombres; a lo blanco, blanco y a lo negro, negro. En la Ley de Moisés estaba en pleno vigor el “ojo por ojo y diente por diente”. O sea: la “ley del talión”, o lo que se conoce como la pena de muerte como supremo castigo legal. El propio Cristo fue víctima de esta prescripción legal. La respuesta exegética de Cristo a esta prescripción de la Ley de Moisés es tajante: NO. “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra; al quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda” (Mt 5,38-42). Así de claro. Cristo no tiene nada en contra de las leyes penales justamente establecidas y humanamente aplicadas. Pero condena de forma tajante la ley del talión con un lenguaje irónico y típicamente oriental. No se trata de abolir las leyes penales justas pero la pena de muerte no tiene cabida en el humanismo profesado por Cristo. Esta incompatibilidad se hace plenamente patente en los dichos y hechos de Cristo relacionados con la forma de entender y llevar a la práctica el mandamiento troncal del humanismo cristiano sobre el amor.
La Ley de Moisés es perfeccionada por Cristo de una forma original y contundente a propósito del amor a los enemigos (Lc 6,27-35; Mt 5,44. 39-40. 42;7,12; 5,46.45). Como es sabido, Jesús, como buen judío, visitaba la sinagoga siempre que tenía la oportunidad de hacerlo para participar en las lecturas bíblicas y exponer su pensamiento. Sus intervenciones llamaban mucho la atención por las cosas que decía con autoridad propia prescindiendo de la autoridad tradicionalmente atribuida a los rabinos de oficio más famosos. Uno de esos días, dijo lo siguiente: “Pero a vosotros, los que me escucháis, yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldicen, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome de lo tuyo, no se lo reclames. Y tratad a los hombres como queréis que ellos os traten. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; entonces vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los perversos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá”. Mateo, 5,43-44, matiza: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”.
La gente estaba acostumbrada a oír aquello de “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. En la Ley de Moisés se preceptuaba, efectivamente, el amor al prójimo. Pero el término “prójimo” no se refería a todos los hombres, a todo ser humano, sino al que era considerado judío. En Lv 19,34 se recomienda y manda el amor al extranjero peregrino, pero no se trata de personas de tránsito sino de gente advenediza que terminaba incorporándose al pueblo judío. Por otra parte, la Ley de Moisés preceptuaba taxativamente el exterminio de los pueblos idólatras (amalecitas, amonitas, moabitas, madianitas y cananeos), para los cuales se prescribe (Nm 35,31) la venganza de sangre y la prohibición de aceptar compensación económica por el eventual rescate de sus gentes (Nm 31,31). De la exclusividad del amor al judío y de estas prescripciones terribles contra los no judíos se llegó a la conclusión de que la ley del amor en la Ley de Moisés no se entendía en sentido universal sino en beneficio exclusivo de los judíos y exclusión total de los no judíos. Las palabras “odiarás a tu enemigo” reflejan la mentalidad rabínica en los tiempos de Cristo. En el Lv 19,18 se condena al odio de judíos contra judíos y sólo judíos. El amor al prójimo, según la mentalidad rabínica de la época de Jesús, excluía a los samaritanos, alienígenas, prosélitos o no conversos.
Según los estudios de Strack-Billerbeck, la Sinagoga en tiempo de Jesús entendía la noción de prójimo, lo mismo que en el Antiguo Testamento, aplicada sólo y exclusivamente a los israelitas. Todos los demás, los no israelitas, quedaban fuera del concepto de prójimo. En la Mishna, de hecho, se legitima explícitamente la venganza y el rencor contra “los otros”, es decir, contra los no judíos y extranjeros. Pues bien, frente a esta mentalidad Cristo presenta su enseñanza propia sobre el amor. El amor no sólo no ha de ser excluyente del no judío, sino que ha de ser universal hasta el extremo de incluir a los propios enemigos. Los judíos no sólo han de perdonarse entre sí, como manda la Ley vieja, sino que han de perdonar ellos mismos también a los demás sin excluir a nadie, ni siquiera a los enemigos. El amor y el perdón a todo ser humano sin exclusiones raciales, religiosas o culturales es una meta del cristianismo que en parte estaba incoada en el Antiguo Testamento en función de los intereses exclusivamente judíos, pero que Cristo interpretó de una forma nueva y humana susceptible de fascinar a los espíritus más nobles y civilizados. Pero no quiero terminar esta meditación sin referirme a la explicación psicológica y pastoral de S. Pablo del mandato nuevo del amor contrapuesto a los preceptos rituales y legales del Antiguo Testamento que Cristo revisa y perfecciona rectificando la idea del Dios terrible de la Ley de Moisés por el Dios del Amor revelado en Cristo.
Pablo de Tarso escribió unas palabras sobre la primacía del amor personal en la vida y enseñanza de Cristo que se han convertido en una página magistral de la literatura universal. Me refiero al capítulo trece de su primera carta a los corintios. Como aclaración previa digo que el término amor adquiere un significado nuevo que se expresa con el término caridad. Dice así: “Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente y servicial; no es envidiosa ni jactanciosa ni se engríe. La caridad es decorosa, no busca su interés ni se irrita; no toma en cuenta el mal ni se alegra de la injusticia y se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño hablaba como niño. Pensaba como niño. Razonaba como niño. Al hacerme hombre dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1Cor 13).
En el primer párrafo Pablo afirma la necesidad que tenemos todos del amor. Una persona puede estar dotada de cualidades humanas excepcionales. Si carece del amor ante Dios no le servirán para nada. Cuando hay una gran sequía es corriente oír este comentario: podemos vivir careciendo de muchas cosas menos del agua. Cuando ésta falta es cuando nos damos cuenta de la absoluta necesidad que tenemos de este elemento. De modo análogo, una persona puede rebosar de bienes y privilegios de la naturaleza. Pero si no es buena persona se irá en el mejor de los casos al archivo del olvido en este mundo y de los rechazados en el mundo venidero. Este párrafo es un canto al amor teniendo en cuenta al ser humano en todas sus dimensiones y aspiraciones más profundas de felicidad. En el segundo párrafo Pablo hace una descripción psicológica magistral de las propiedades o características del amor personal resaltando su belleza y dignidad moral.
En los trabajos y contratiempos la caridad es paciente y agradable. Personas hay que se dicen buenas pero olvidan fácilmente que su compañía resulta desagradable. Las personas realmente caritativas o amorosas se preocupan de hacer grata su compañía prestando más atención a los intereses de los demás que a los suyos propios.
Es incompatible con la envidia. No es difícil encontrar gente que se alegra de todo corazón cuando a los demás las cosas les van mal. Cuando esto ocurre tenemos la prueba más evidente de que no hay amor. Alegrarse del mal ajeno es una vileza humana muy frecuente. Por el contrario, quien ama disfruta con lo suyo y se alegra generosamente de que a los demás las cosas les vayan bien. Sin pretenderlo disfruta con la felicidad propia y con la ajena.
La caridad no es jactanciosa ni se crece ante los demás. Lo cual es incompatible con la arrogancia y el culto a la propia personalidad. La caridad nos invita a no hablar arrogantemente como si fuéramos los reyes del mundo. Esta fea costumbre con frecuencia no es más que el resultado de falta de reflexión o poca inteligencia. Es característico de los cortos de inteligencia hacer de sus vidas un éxito incomparable. Lo contrario de las personas bien dotadas, que contrastan sus éxitos con sus fracasos y limitaciones. La caridad nos enseña a ser realistas valorando lo que somos sin menguarlo y reconociendo lo que no somos sin exagerarlo. La caridad no prescinde de la inteligencia sino que la presupone y perfecciona.
La caridad es cortés y desinteresada. Antes de hacer o decir algo, además de pensarlo dos veces, hemos de tener en cuenta a los demás para evitar de antemano no causarles algún daño. Igualmente, no debemos buscar ninguna utilidad inmediata en beneficio propio. Las auténticas obras de amor suelen reportar compensaciones importantes incluso en esta vida. Pero otras veces ni siquiera provocan una palabra de gratitud. Cuando tal ocurre, la persona caritativa o amorosa no retracta su acción como respuesta a la ingratitud. Tampoco pierde los estribos (no se irrita) cuando las cosas no salen a su gusto. Del bien hecho no hay que arrepentirse nunca.
La caridad es absolutamente incompatible con los sentimientos de venganza bajo ningún pretexto. Por ejemplo, camuflando ese instinto maligno con pretextos de justicia. Un caso histórico podría ser la pena de muerte como forma de castigo público contra criminales de rango superior en nombre del derecho a la legítima defensa. A nivel personal hay gente que disfruta ajustando cuentas a los demás por cualquier cosa baladí. Existe un viejo grupo social bien conocido para el cual sólo hay justicia cuando se ha vengado al delincuente. Es el polo opuesto del amor cristiano que postula, no sólo la ausencia de venganza en la administración de la justicia, sino el perdón al mismísimo enemigo.
En este mismo sentido la caridad no se alegra de la injusticia que otros puedan cometer aunque ello pudiera reportarnos alguna ventaja momentánea. Esto nos trae a la memoria las trapisondas en la especulación financiera y las corrupciones políticas y administrativas. Me refiero a esas operaciones que realizan políticos y financieros para enriquecerse ellos a costa de los demás. Hay gente que las conoce y no las ven mal mientras se puede sacar partido de ellas. La caridad no legitima el disfrute de esas injusticias. Por el contrario, se complace en la verdad y en que las cosas discurran de forma honesta y por el buen camino. Por otra parte, no niega los defectos del prójimo pero no se ceba en ellos. Al contrario, busca disculpas y atenuantes para ayudar a curar las heridas en lugar de agrandarlas.
La caridad nos impulsa a creer lo que otros nos dicen, a esperar lo que nos prometen y a ser tolerantes con los débiles e impertinentes. Lo cual no es una invitación a ser ingenuos o tontos predisponiéndonos para ser fácilmente engañados o molestados. Significa que, mientras no haya pruebas en contrario, como actitud primera hemos de suponer la buena intención de nuestros interlocutores, darles un margen de confianza y, si las cosas no salen bien, no descorazonarnos y echarlo todo por la borda. La gente necesita ser escuchada con interés y paciencia incluso cuando dice o hace tonterías. De hecho, una de las formas de caridad más apreciadas hoy día es la de aquellos que saben escuchar pacientemente a las personas que lo único que necesitan es desahogarse con alguien en medio de sus penas y soledades.
En el párrafo tercero Pablo se expresa en términos emotivos haciendo una proclama de la validez permanente del amor. Con la muerte desaparecerán de un golpe todas las dotes personales que nos hayan acompañado durante la vida. Sólo se salva el amor. Sólo la caridad permanecerá eternamente disfrutando de la unión directa y estrecha con el objeto amado. Conoceremos a Dios a la manera como somos conocidos por Él: con conocimiento inmediato, directo y eterno. Sólo en este ágape teológico tiene sentido aquello de que “el amor no muere nunca”. En Pablo de Tarso esta afirmación tiene sentido real y efectivo y no meramente poético o sentimental como en el platonismo o el romanticismo. El amor personal, más allá del amor/sexo o el amor/enamoramiento, es una realidad humana dinámica y gratificante y no una ilusión sentimental o una idea platónica congelada en el espacio sin transferencia afectiva.
Este descubrimiento del amor personal, que Cristo puso como piedra angular de la felicidad humana y de la esperanza más allá de la muerte, es una novedad gozosa que se encuentra reseñada por escrito sólo en la Biblia y de ahí que, a pesar de la dificultad de su lectura, este libro singular siga siendo tan estudiado y editado. Las fiestas de Navidad y Pascua de Resurrección son los momentos culminantes en los que siglo tras siglo la humanidad se reconforta con el recuerdo gozoso de este descubrimiento. Según Jn 13,34-35, Cristo se despidió de los suyos con palabras como estas: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros”.
A propósito de estas palabras cabe hacer las siguientes matizaciones. En primer lugar, no se trata de una simple recomendación sino de un mandato taxativo o condición indispensable para profesar el humanismo cristiano. Las novedades que Cristo introduce con la primacía del amor son las siguientes. 1) Debe ser un amor universal hacia toda persona humana y no restringido al pueblo judío. 2) Es un amor al modo de Dios, es decir, esencialmente personal y no sexual o de enamoramiento. 3) Debe ser universal, incluidos los enemigos. 4) Este tipo de amor, y no la cruz, es la verdadera y definitiva señal social del humanismo cristiano. De hecho esta primacía y forma de entender el amor en clave personal por encima de las fronteras étnicas, del sexo y del enamoramiento, es lo que fascinó al mundo pagano según los testimonios autorizados de Tertuliano y de Minucio Félix. En tal sentido me parece oportuno recordar aquí unas vetustas palabras tomadas del Papa León Magno (440-461) de su sermón séptimo con motivo de la Navidad o nacimiento de Cristo, y que traducidas, suenan así: “Al nacer nuestro Señor Jesucristo como hombre verdadero, sin dejar por un momento de ser Dios verdadero, realizó en sí mismo el comienzo de la nueva creación y, con su nuevo origen, se dio al género humano un principio de vida espiritual. ¿Qué mente será capaz de comprender este misterio, qué lengua será capaz de explicar semejante don? La iniquidad es transformada en inocencia, la antigua condición humana queda renovada y los que eran enemigos y estaban alejados de Dios se convierten en hijos adoptivos y herederos suyos.” Ante este hecho protagonizado por Cristo tal como es presentado en el Nuevo Testamento, el orador exclamó: “Despierta, hombre, y reconoce la dignidad de tu naturaleza. Recuerda que fuiste hecho a imagen de Dios; esta imagen que fue destruida en Adán, ha sido restaurada en Cristo. Haz uso como conviene de las criaturas visibles, como usas de la tierra, del mar, del cielo, del aire, de las fuentes y de los ríos; y todo lo que hay en ellas de hermoso y digno de admiración conviértelo en motivo de alabanza y gloria del Creador”.
En la Biblia, en efecto, encontramos el fundamento de la dignidad ontológica y moral del hombre. Nuestra dignidad o excelencia como personas humanas radica en irrumpir en la existencia como “imágenes de Dios”. En ese nivel de personas todos somos iguales ante Dios y ante nosotros mismos. En consecuencia, nuestra dignidad moral radica en nuestra forma de vivir en clave de amor personal o desamor. Desde la Biblia se entiende con relativa facilidad la igualdad ontológica de todos los seres humanos como personas y la desigualdad individual por razón de nuestra forma de afrontar la vida y de vivir de una forma o de otra, en clave de amor o de desamor. Lo cual significa que como personas somos todos iguales, lo mismo hombres que mujeres. Pero al mismo tiempo somos todos desiguales por razón de nuestra personalidad. Como personas somos todos iguales en dignidad o excelencia pero esa dignidad o excelencia es diferente por razón de nuestra vida moral de la que depende en gran parte la estructura de nuestra personalidad. En cualquier caso la Biblia, insisto, es un libro muy complejo y difícil de entender. De ahí la conveniencia de indicar algunas claves de lectura para sacar provecho de la misma evitando el riesgo de quedar indiferentes o defraudados ante sus enseñanzas, o, lo que sería peor, religiosamente fanatizados.

5. Claves de lectura y mensaje de la Biblia

La Biblia es un libro muy antiguo escrito por muchas personas y en épocas diferentes. No es una obra escrita de un tirón sino a lo largo de muchos siglos y en la que cada autor dejó su huella personal. Por eso es un engaño buscar en ella la solución a los problemas característicos de nuestro tiempo. La Biblia es un libro esencialmente religioso y no un recetario de soluciones o un libro que basta abrirlo para encontrar a Dios a nuestra disposición. Por otra parte, sus palabras escritas no han sido dictadas directamente por Dios y fielmente transcritas por los hagiógrafos. No se trata de un libro que ha venido íntegra y directamente del cielo al modo como los islamistas presentan el Corán. Cada autor en la Biblia dejó su huella indeleble con sus cualidades y defectos humanos como ocurre en el proceso de elaboración de cualquier otro libro. A pesar de todo, las dificultades que ofrece la Biblia se desvanecen en gran parte teniendo en cuenta algunas claves de lectura objetiva como las que siguen.
Pistas falsas que se han de evitar
La Biblia, insisto, es un libro de libros o biblioteca. Es una unidad didáctica como lo es una biblioteca especializada integrada por muchos libros diversos que giran en torno a un asunto esencialmente religioso y no científico o histórico en el sentido moderno de la palabra. Por esta razón no se puede aislar un libro bíblico del conjunto de la Biblia. Si, por ejemplo, leemos como libros independientes los cinco que componen el Pentateuco, difícilmente puede entenderse el mensaje que en esos libros en su conjunto se nos desea transmitir sobre la experiencia de Dios y su liderazgo en la creación universal, incluido el hombre. Y si leemos por una parte los libros proféticos, y por otra los libros sapienciales, como unidades literarias y didácticas separadas, pronto nos damos cuenta de que los profetas mezclan a Dios en todo mientras que los autores sapienciales reflexionan por su cuenta como si Dios estuviera ausente. Y ¿qué tiene que ver el Cantar de los Cantares por separado con los pasajes del Nuevo Testamento sobre el amor? El primero tiene todos los visos de un poema erótico lo cual choca contra el concepto de amor personal del que hablan S. Juan o S. Pablo. Por otra parte, todo lo que ocurre y se relata en el Nuevo Testamento sólo se entiende adecuadamente como culminación de una larga historia de experiencia de Dios relatada a su modo y manera en el Antiguo Testamento. Es pues un error de principio aislar un libro bíblico del conjunto de la Biblia como libro integrador de todas las partes literarias que la componen. Igualmente es un error desligar el Antiguo Testamento del Nuevo o el Nuevo del Antiguo.
Por analogía con lo que termino de decir, otro error grave que impide o dificulta la comprensión de la Biblia consiste en aislar una frase bíblica de su contexto propio dentro de cada libro. No es necesario ser expertos para darnos cuenta de que en la Biblia hay frases sueltas, aforismos y sentencias para todos los gustos, incluidos los menos agradables o aconsejables. Las sectas religiosas son maestras en el manejo de este error a favor de sus intereses. A partir de un texto cualquiera o un versículo bíblico son capaces de crear un movimiento religioso extravagante y hasta inhumano. Esta estrategia está en la base de aquellos grupos que tratan de encontrar en la Biblia legitimación para formas de conducta inaceptables o extravagantes. Por ejemplo, el apartheid en Sudáfrica o torturas físicas y psíquicas diabólicas. Los temerosos fundamentalismos cristianos se alimentan casi siempre de lecturas aisladas o sesgadas de textos bíblicos y de lecturas literales fuera de contexto.
Otra tentación frecuente consiste en hacer de la Biblia una “Palabra de Dios automática”. En primer lugar, Dios no habla ni escribe. Cuando en la Biblia se utiliza la expresión “Palabra de Dios” nos hallamos ante una metáfora que los lectores fundamentalistas o incultos convierten en antropomorfismo. Es una ingenuidad creer que Dios nos habla automáticamente desde el momento en que abrimos la Biblia y empezamos a leer un texto. La Biblia no es un cofre en el que se nos entrega la “Palabra de Dios” como un tesoro limpio de polvo y paja. La Biblia nos ayuda a reflexionar sobre los misterios profundos de la vida y la muerte desde la perspectiva de Dios. La lectura de la Biblia no dispensa de la reflexión ni de la responsabilidad de desentrañar su mensaje mediante el estudio. La Biblia es cualquier cosa menos un recetario fácil para solucionar ingenuamente los problemas de la vida, o un manual de supervivencia en el que presuntamente Dios nos ofrece la receta adecuada para resolver de forma contundente todos y cada uno de los problemas. Este tipo de lectura conduce inevitablemente al desencanto y la frustración. De hecho, en los momentos más duros de la vida tenemos a veces la impresión de que Dios permanece mudo como un muerto. El propio Cristo en algún momento tuvo esta sensación. Lo que ocurre es que la grandeza de Dios y de sus designios no pueden ser encorsetados en un libro escrito por hombres y de ahí el error de leer la Biblia sin tener en cuenta esta realidad.
Leer la Biblia con introducciones técnicas y anotaciones
La Biblia es un libro de valor universal que no puede faltar en la biblioteca de ninguna persona que se considere culta, intelectual, civilizada o piadosa. La Biblia es la primera piedra angular escrita de la civilización de Occidente en la que ha tenido lugar (con muchas luces y sombras) el mayor progreso humano de la historia del mundo. Así las cosas, lo primero que procede hacer es adquirir una buena edición de la Biblia con introducciones y notas a pie de página elaboradas por especialistas de reconocida solvencia. Me resulta incomprensible la práctica protestante de multiplicar las ediciones de la Biblia sin ningún tipo de notas explicativas y oportunas introducciones. Esta práctica es debida a un prejuicio bien conocido y que sólo conduce a la arbitrariedad interpretativa de unos y el desconcierto de otros a la vista de las dificultades que entraña la lectura de un libro tan complejo y difícil de entender. Por otra parte, la Biblia es un libro muy antiguo donde encontramos con frecuencia palabras y expresiones que no tienen el mismo significado que nosotros les atribuimos hoy día. Palabras como hermano, mar, cielo o el significado de los números, por ejemplo, necesitan ser aclaradas para entender muchos textos. Sin esas aclaraciones constantes la lectura de la Biblia resulta a veces exasperante y desconcertante. Si leemos el relato del sacrificio de Isaac, es sólo un ejemplo, el desconcierto puede terminar en indignación. Por el contrario, si el texto es presentado en su contexto cultural y con las aclaraciones correspondientes sobre la naturaleza del relato y la lección religiosa que se trata de transmitir, el lector queda tan consolado y edificado al final como sorprendido y escandalizado al principio.
La Biblia intenta relatar una historia religiosa o experiencia de Dios desde la creación del mundo hasta la denominada “plenitud de los tiempos” y “nueva creación” inaugurada por Cristo como rostro visible de Dios invisible redimiendo a la entera humanidad por el amor y la esperanza allende la muerte fuera del tiempo y el espacio. Ahora bien, esta historia religiosa y de salvación es narrada por sus autores de forma muy humana, manejando, entre otros muchos recursos psicológicos y pedagógicos, los denominados “géneros literarios”. En la vida diaria cuando hablamos de cosas que suceden en el presente o sucedieron en el pasado lo hacemos desde nuestra propia idiosincrasia, sensibilidad e intereses. Entre los hechos que narramos en sí mismos y lo que decimos de ellos hay una distancia natural, la que existe entre los hechos y nuestras percepciones e interpretaciones de los mismos. Los hechos pasan y sólo permanecen y se repiten los ecos que aquellos dejaron en nosotros. Está además el envoltorio del lenguaje en el que transmitimos los hechos.
Este fenómeno ha de ser tenido también en cuenta para leer correctamente la Biblia. Los narradores de la Biblia eran hombres de carne y hueso que nos hablan de un pueblo que ha experimentado fuertemente en su historia la presencia de un Dios salvador y da testimonio de la fe en ese Dios salvador con el fin de que sus lectores se comporten tributándole la debida lealtad. Pero, en principio, salvo Lucas en el Nuevo Testamento, los narradores bíblicos no tienen ninguna pretensión de escribir historia en el sentido moderno de la palabra reconstruyendo por escrito los hechos del pasado en clave de objetividad científica. Lo cual no significa que la Biblia sea una leyenda o cuento literario en toda regla. Está basada en una experiencia real de la presencia de Dios en la vida seleccionando, organizando, adornando y modificando los hechos que son relatados con una finalidad esencialmente religiosa y no científica o histórica. O lo que es igual, los relatos bíblicos están escritos de tal forma que el pueblo de Israel o los cristianos entiendan cómo y por qué han de ser fieles en todo momento a Dios reconociendo y acatando sus designios misteriosos de salvación.
En consecuencia, que nadie busque, por ejemplo, datos científicos en el relato bíblico de la creación sino la afirmación tajante de que Dios es el creador del mundo y del género humano. O sea, que Dios es quien hizo posible el tránsito de la nada al ser y la existencia y no la explicación científica de su evolución posterior. Por su parte, los historiadores perderían el tiempo tratando de verificar fechas y acontecimientos narrados con gran viveza en el Antiguo Testamento. Lo cual no significa que no respondan a un fondo realmente histórico tradicional o transmitido de boca a boca con todas las limitaciones que esto lleva consigo. Los textos proféticos, por poner otro ejemplo, tampoco son una trascripción inmediata de lo que dijeron los profetas sino el resultado de un largo proceso histórico en el que se expresa la vida de las comunidades que los han recogido, vivido y trasmitido a la posteridad. Según la Biblia, Dios ha creado o sacado todas las cosas de la nada, pero no ofrece explicación científica ninguna sobre cómo ha tenido y sigue teniendo lugar el desarrollo o evolución posterior de las cosas creadas. De eso se ocupan los científicos y los historiadores aplicando correctamente la inteligencia de la que el mismo Dios les ha dotado.
Tratándose del Nuevo Testamento tampoco se necesita ser expertos para darnos cuenta de que hay tres bloques de escritos bien definidos y más cercanos a nosotros. Me refiero a los relatos evangélicos, los relatos epistolares y Hechos. Al llegar al Nuevo Testamento el lector empieza a respirar un nuevo aire de cercanía histórica y realismo. El líder en torno al cual gira la experiencia de Dios es Cristo muerto y resucitado y su mensaje de amor y redención universal sancionado por el Espíritu Santo. Pero en la narración escrita de esta experiencia nos encontramos con el mismo problema del lenguaje utilizado y el predominio de la enseñanza religiosa por encima de intereses científicos, históricos o culturales. El impacto causado por la resurrección de Cristo después del proceso vergonzante de su muerte fue de tal magnitud psicológica que los que fueron testigos personales del evento y sus inmediatos colaboradores perdieron el interés por cualquiera otra cuestión histórica, científica o política que no fuera transmitir a la posteridad con su vida y sus escritos su experiencia de Dios en clave de amor y esperanza más allá de la muerte. Todos los textos del Nuevo Testamento están redactados bajo el impacto de esta experiencia religiosa, la lucha entre judíos seguidores de Cristo y sus detractores, así como las condiciones sociopolíticas creadas por el imperio romano. Así las cosas, pienso que el lector serio de la Biblia tiene derecho a conocer todas estas circunstancias mediante introducciones y notas explicativas del texto redactadas por expertos de indudable competencia profesional. A medida que pasa el tiempo me convenzo más de que la edición de la Biblia al desnudo sin este bagaje crítico y clarificador es una falta de respeto al lector y una incitación a la arbitrariedad subjetiva que degenera fácilmente en la formación de grupos religiosamente fanáticos e irracionales.
Los géneros literarios
Por último me parece muy oportuno insistir sobre el tema de los géneros literarios manejados por los relatores bíblicos. Los géneros literarios bíblicos son formularios o moldes donde los redactores de la Biblia volcaron los mensajes que quisieron transmitir a sus contemporáneos y a la posteridad. Para ello dispusieron de estos moldes o modelos de redacción pensando en la mejor forma de hacer llegar el mensaje esencial, histórico o religioso, a sus destinatarios. Así como en nuestros días hay formularios para redactar un currículum vitae, solicitar un puesto de trabajo, redactar un artículo periodístico o un farragoso texto jurídico, sin olvidar las recetas médicas o la documentación de ingreso en un hospital o la redacción de textos religiosos o políticos de carácter oficial, y así en todos los órdenes de la vida, los redactores de los libros de la Biblia utilizaron múltiples géneros literarios como leyendas, sueños, visiones, proverbios o refranes, himnos, consejos sapienciales, poemas eróticos, metáforas, parábolas, alegorías, poemas épicos, líricos y piadosos así como grandes construcciones apocalípticas.
Los expertos estudian con mucha atención hoy día estos y otros moldes bíblicos de redacción lo cual ayuda enormemente a entender mejor el verdadero mensaje bíblico, que es siempre esencialmente religioso y humano, evitando las interpretaciones literales o arbitrarias que conducen derechamente al fanatismo religioso y al desencanto. Sólo un ejemplo. Para presentar a un personaje importante los redactores bíblicos suelen servirse del modelo denominado relato de vocación cuyos ingredientes o recursos literarios son los siguientes. Aparición de un ángel para mostrar que Dios ha tenido arte y parte directa en la vida del personaje. El ángel llama a la persona importante concernida en el relato. Comunicación de que es Dios en persona quien llama. La persona interpelada reacciona o responde con temor ante la llamada de Dios. Invitación del ángel a disipar todo temor. El elegido presenta alguna dificultad. Se expone la futura misión del elegido. Finalmente Dios, personificado por el ángel, ofrece una señal para verificar la intervención divina. La Biblia está plagada de ejemplos concretos en los que se aplica el “relato de vocación” con todos o algunos de estos elementos. La esencia de estos relatos es presentar la misión de la persona elegida. Como ejemplos ilustrativos basta recordar el capítulo sexto de Isaías o el primero de Jeremías. O también el segundo de Ezequiel así como los capítulos primero y segundo del evangelio de Lucas al hablar de la vocación de Juan el Bautista, Jesús y María. En la presentación de estos personajes se emplea un modelo similar.
Otro género literario bíblico utilizado por los narradores bíblicos es el oráculo. Se trata siempre de un texto poético con la apariencia de un mensaje venido de Dios mismo en persona. Esos oráculos o presuntos mensajes venidos directamente de Dios, unas veces son de maldición (Jer 36,29-31) y otras de bendición (Jr 28,2-4). Los oráculos suelen ir apuntalados con la fórmula rutinaria “oráculo del Señor”. Como he dicho antes, los géneros literarios en la Biblia son muy variados y se encuentran por todas partes. A mí personalmente los que más me desconciertan son el género literario profético y el apocalíptico. A simple vista uno tiende a pensar que los narradores proféticos no son personas realistas y psicológicamente equilibradas, y que los autores apocalípticos tienen particular interés en ocultarnos la verdad de lo que escriben. Pero cuando se desentraña la naturaleza de esos moldes o recursos literarios y las razones por las que son utilizados, las cosas se ven de otra manera más objetiva y realista y se empieza a entender el gran mensaje religioso y salvador que la Biblia trata de transmitir a la entera humanidad. El reconocimiento de los géneros literarios en la Biblia ha sido un gran acontecimiento y el conocimiento de su uso y entramado en los relatos ayuda enormemente a entender lo que realmente la Biblia quiere enseñar sobre los misterios insondables de Dios y de la vida humana. Conociendo los géneros literarios utilizados en los relatos y el contexto personal, social y cultural de los destinatarios inmediatos de los escritos bíblicos resulta relativamente fácil descubrir el mensaje formal o enseñanza religiosa de la Biblia como “Palabra de Dios” dentro del envoltorio literario en que nos es entregado como “palabra de hombre”. Dicho lo cual, el humanismo de la Biblia puede resumirse del modo siguiente.
En el Antiguo Testamento predomina la afirmación tajante y contundente de la presencia personal de Dios como juez supremo que premia a los buenos y exige responsabilidades ineludibles a los malos. Nadie podrá huir de su presencia ni quedar fuera de la acción de su justicia. Este es el mensaje formal o “Palabra de Dios” que es proclamado y enfatizado de mil formas y maneras sin excluir el miedo a Dios. Para conseguir su objetivo el narrador utiliza todos los recursos literarios a su alcance. En el Nuevo Testamento, en cambio, el protagonista inmediato de la “Palabra de Dios” es Jesucristo hecho hombre, muerto y resucitado. La primacía de Dios del Antiguo Testamento se mantiene y es reforzada, pero mediante su presencia amorosa encarnada en la humanidad de Cristo. Por una parte se afirma la primacía absoluta de Dios sobre todas las cosas y acontecimientos históricos y al mismo tiempo se afirma la dignidad de toda persona humana como imagen de Dios cuyo rostro visible y amoroso es el propio Cristo. La ley antigua y la justicia veterotestamentaria son superadas por la ley del amor personal que incluye a los enemigos. En cualquier caso los narradores del Nuevo Testamento se sirvieron también de los géneros literarios que consideraron más oportunos para transmitir las grandes novedades religiosas que trataron de transmitir a sus contemporáneos y a la entera humanidad. Aunque la primera impresión de la Biblia puede resultar poco estimuladora por su antigüedad, complejidad y dificultad de lectura, a medida que vamos conociendo mejor su entramado y sus códigos o claves de lectura, las dificultades de comprensión van desapareciendo por más que queden siempre muchos interrogantes secundarios. Lo importante consiste en descubrir su mensaje formal entre el follaje literario y los malos hábitos de lectura.
Hay dos formas nefastas de leer la Biblia. Me refiero a quienes interpretan las palabras y los relatos bíblicos literalmente tal como suenan en sus oídos. La interpretación materialista o literal de todos los textos bíblicos fue siempre fuente de fanatismos y calamidades. Otros, en cambio, piensan que la Biblia hay que leerla siempre piadosamente como “Palabra de Dios” sin percatarse de que los relatos bíblicos son todos “palabras de hombres”. Estas dos formas de lectura de la Biblia quedan en ridículo ante los científicos e historiadores más serios y responsables. Para evitar estos y otros errores lo inteligente y sensato es empezar estudiando la Biblia para conocer sus entresijos literarios y después el mensaje religioso y humano que nos es transmitido. La lectura materialista y literal de la Biblia es tan indeseable como la lectura piadosa sin instrucción exegética adecuada. Ambas lecturas impiden psicológicamente penetrar en su verdadero contenido divino y humano y facilitan el deslizamiento hacia el fanatismo religioso en unos casos, y al desencanto de la gente buena que se empeña en falsear la Biblia convirtiéndola en un recetario eficaz para resolver al tiro todos sus problemas.
A la luz de lo anteriormente dicho parece razonable hacer algunas recomendaciones sobre las diversas formas de acercarse a la Biblia. Tanto los científicos como los historiadores modernos han de saber que la Biblia no es un libro de ciencia ni de historia en el sentido moderno de la palabra. Quienes se acerquen a la Biblia con mentalidad científica o historicista perderán el tiempo. Pero les será muy útil conocerla si se acercan a ella como una obra de sabiduría divina y humana que toca los puntos neurálgicos de nuestra existencia personal y social. En la Biblia hay respuestas peculiares a preguntas para las cuales no hay respuestas satisfactorias ni en la ciencia humana pura y dura ni en la historia escrita moderna. La sabiduría bíblica y su historia de salvación superan los parámetros metodológicos de la ciencia pura y de la historia escrita por los hombres. Por su parte, los literatos encontrarán en la Biblia una fuente inagotable de inspiración, pero esta dimensión es de interés menor por relación a la importancia del mensaje religioso que los autores bíblicos desean transmitir a sus destinatarios.
Tratándose de exegetas y teólogos, mi opinión es que deben estudiar la Biblia en su integridad comenzando por el Antiguo Testamento. De esta forma pueden seguir paso a paso el desarrollo de la historia de la salvación de forma lógica y natural desde sus orígenes hasta su consumación en la persona de Cristo. Tratándose de los predicadores y catequistas, por el contrario, pienso que es más pedagógico empezar desvelando la figura de Cristo como protagonista del Nuevo Testamento y después analizar el Antiguo desde los acontecimientos que tuvieron lugar en el Nuevo. Está claro que lo ideal es conocer la Biblia en su conjunto. No podemos quedarnos con el Nuevo Testamento desligado del Antiguo. Pero tampoco quedarnos en el Antiguo con los judíos. En cualquier caso es también obvio que hay textos y libros de la Biblia que por no leerlos no se pierde nada. De hecho algunos de ellos encontraron serias dificultades para ser incluidos en el canon, lo mismo entre judíos que entre cristianos. De todos modos creo que hay que hacer todo lo posible para que los intelectuales así como la gente culta y seria aprendan a leer correctamente la Biblia descubriendo el mensaje de salvación y castizo humanismo que se esconde detrás del follaje literario y las dificultades de interpretación que ofrecen sus relatos. Todo es cuestión de aprender a separar el mensaje o “Palabra de Dios” de su forma de expresión o “palabras y sensibilidades de los hombres” que llevaron a cabo esos relatos.
Se trata de una tarea fascinante de exegetas, teólogos, predicadores y catequistas que ha de ser sancionada por una vida en clave de comprensión humana y amor universal a todo ser humano desde su irrupción en la existencia hasta la muerte natural. Según la Biblia, Dios quiso que el ser humano fuera ontológicamente diseñado como figura e imagen suya. De ahí la grandeza de todo individuo humano o persona por relación a todos los demás seres de la creación. Según la antropología bíblica, todos los seres humanos, hombres o mujeres, somos iguales en excelencia o dignidad como personas. Pero desiguales en dignidad moral o excelencia de personalidad. Así las cosas, Cristo se revela como rostro visible de Dios en nuestra humanidad para salvar a los pecadores o personas, condenando sus pecados o formas de indignidad moral. En el lenguaje popular esta dimensión antropológica es expresada diciendo que hay que condenar siempre el pecado pero no al pecador. El pecado se refiere a la personalidad que cada cual se crea en desacuerdo con la grandeza o dignidad de su condición personal. El pecador, en cambio, significa a la persona propiamente dicha, la cual ha sido diseñada por Dios a su imagen. Por lo mismo, cuando Cristo pide perdón para el pecador, lo hace en razón de su excelencia o dignidad como persona. Por el contrario, cuando exige la condena del pecado, está reconociendo la diferencia abismal de personalidad que se refleja en las diversas formas de comportamiento de las personas. Como personas todos y todas somos iguales en dignidad pero igualmente diferentes por lo que se refiere a nuestras respectivas personalidades individuales.
En el capítulo 9 del libro segundo De doctrina cristiana, ya S. Agustín (354-430) advertía que en la Biblia se ha de buscar la voluntad de Dios y no otras cosas. Pero ¿cómo? Lo primero en este empeño y trabajo -añadía- ha de ser conocer estos libros leyéndolos, aunque de momento no los entendamos, para aprenderlos de memoria aunque solo sea para que no nos sean desconocidos. Después se ha de investigar cuidadosamente lo que en ellos claramente se dice sobre la fe y las costumbres de vida, o lo que es igual, sobre la esperanza y la caridad. Una vez adquirida cierta familiaridad con el lenguaje de la Biblia, “procédase, dice, a explicar y discutir lo que de oscuro hay en ella, tomando ejemplos de locuciones claras, para ilustrar por ellas las locuciones más oscuras, y por las sentencias ciertas resolver las dudas de las dudosas”. Así de claro. La Biblia es un libro que hay que conocer como instrumento transmisor de la voluntad de Dios. Pero es un libro complicado y de difícil comprensión. Por lo mismo, hay que estudiar y analizar sus textos sin descanso en lugar de dejarnos llevar por el desánimo de las dificultades o la comodidad de una lectura irresponsable o meramente piadosa en función de nuestros intereses ajenos a la historia de la salvación y la promoción de la dignidad humana de cada persona, hombre o mujer, que viene a este mundo. NICETO BLAZQUEZ, O.P.